Tardé mucho tiempo en llegar a cumplir el sueño de mi vida laboral —o profesional, como prefieran—: trabajar en cultura. Durante muchos años estuve compaginando mis trabajos con tareas de corrector y redactor para diferentes editoriales, hasta que —gracias a unas cuantas piruetas— conseguí llegar a la revista Jaque, donde —unas vueltas después— cumplí una de mis aspiraciones juveniles: casar dos mundos que me apasionaban, cultura y ajedrez (para mí un mismo mundo, pues el ajedrez es cultura). El proyecto de El peón espía —una empresa que tendía varios puentes: ajedrez en diferentes formatos, editorial, estudio de dibujos animados...— terminó fracasando en febrero de 2013, cuando tuve que cerrar definitivamente la empresa que mi hermano y yo habíamos creado en 2009.
A pesar de —o gracias a (ya no lo sé)— este duro revés personal, mi amor por la cultura se ha acrecentado, y, evidentemente, me gustaría seguir trabajando inmerso entre hojas de tinta y papel; entre palabras, narraciones y saberes.